domingo, 27 de enero de 2008

Sobre la incertidumbre frente a una elección imprevista


*No si esto me pasa solo a mi o también aqueja al resto de los mortales.

La situación es la siguiente: cualquier día a cualquier hora, me decido hacer una compra sencilla, menor a los cinco pesos, consigo el dinero, cuento las monedas, que no me falte ni me sobre, y allá voy, ya con la compra decidida. En mi mente, el nombre del producto.
Al llegar al local de venta, este puede ser un kiosco, almacén o en su defecto panadería, pido amablemente dicho producto y el vended@r de turno con su mejor cara me dice “No, de ese no me queda”, en ese momento un aire frío recorre mi espalda, las manos comienzan a sudar y la garganta se me seca. ¡Nervios!
Una decisión que ya teníamos de antemano tomada, cerrada y decidida se nos cae, se hace trizas en cuestión de milisegundos. A esto le sobreviene ahora la tarea más difícil, tener que resolver en la misma fracción de tiempo el reemplazante del producto original.
Mientras las neuronas se reúnen en un debate sobre que es mas conveniente al bolsillo y que menos calórico, la fila de viejas(1) apuradas va en aumento y la cara de nuestro vendedor en franco cambio.
Hasta que una luz al final del oscuro túnel de la incertidumbre me da una respuesta... con un hilo de voz casi imperceptible decimos “Ee enntonces dameee ehh Eh ehe e eeeh ¼ de palitos de anís

..en mi vida hubiera pedido ¡palitos de anís!, si no fuera porque no tenían bizcochitos de grasa.

Pero cuando parece que todo tiene un final feliz, “son cuatro pesos… ¿una moneda de un peso no tenes?” “¿eeeh, una moneda?, ¡¿para que me pide una moneda?!”

Nuevamente el aire frío, el sudor, la sequedad.




(1) fila de viejas: en argentina: dicese de señoras que no tienen nada que hacer y se la pasan de negocio en negocio contando los chismes del barrio.

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